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Posted by admin_jul in Forma de vida, recuerdos

Retorno al paraiso

El fin del curso escolar marcaba el comienzo del viaje de regreso al paraíso. Apiñados en el asiento trasero del cuatro-cuatro de mi padre dónde yo, por ser el mayor, ostentaba el privilegio de derecho a ventanilla empezaba nuestro anual peregrinaje de retorno a Asturias.

Nada más subir alguno de los pequeños gritaba el consabido ¿Cuánto falta? cuando nuestro interminable éxodo casi no había empezado mientras a tortazos y empujones se disputaban la otra ventanilla. El olor a los bocadillos de carne empanada que mi madre llevaba para el camino, impregnaba el ambiente mientras curva tras curva y algún otro puerto que otro, mi padre, año tras año, repetía las mismas cantinelas que escuchábamos como si fuera la primera vez, El Argayu del diablo, donde el diablo arrastró a su madre, Las Rozas, ya estamos llegando a Madrid, Triongo, el chalet donde nació el tío Ramón, eran para nosotros como metas volantes de una carrera que nos acercaba al destino soñado”¡¡¡Me mareoooo!!” Decía una. Mi madre invariablemente “ya estamos llegando” y así durante las 7 horas que duraba el trayecto.

abuelita_nietos70Al llegar, majestuosa la puerta de castaño nos esperaba y entre aturdidos y nerviosos subíamos de dos en dos los infinitos peldaños de madera de la enorme escalera para ver quién llegaba antes.

Al llegar arriba, como por arte de magia, la recia puerta se abría dando paso a un interminable y oscuro pasillo, de techos altos, donde en impecable formación, por orden de estatura, esperaban ansiosos mis primos, capitaneados por abuelita y las tías que pasaban revista a nuestros progresos físicos. Yo, de puntillas intentaba hacer ver que, por fin había alcanzado a mi primo Nacho, jefe de campamento, que hoy mide 1,90, y por supuesto nunca he conseguido.

Franquear aquel mini ejército no era tarea fácil intentando zafarse de los apretados achuchones y pellizcos en las mejillas que nos propinaban, no se muy bien, si de puro cariño o para comprobar cuánto de tejido adiposo habíamos desarrollado en invierno en la fría cuidad castellana a donde el destino y el trabajo de mi padre nos habían,desde su punto de vista, desterrado.

Una vez conseguida la hazaña, al final del pasillo la galería iluminada por ese sol, como de invierno, es lo más parecido a la luz que dicen ver los que están al borde de la muerte.

Ya dentro el olor al guiso de abuelita y las casadielles de Tia Jose que creo que pensaba que veníamos de algún lugar lejano asolado por la hambruna.

contiotonoA partir de ahí, días interminables de pantalón corto y paseos en bici, de botas chirucas y rodillas heridas, de cantimploras y bocadillos de chocolate, alpargatas de camping que inexorablente dejaban asomar el dedo gordo al final del verano. Baños en el río, niquis a rayas, tiritas, pan con membrillo y fruta recién cogida, vaqueros Lee, libertad y risas.

Al empezar septiembre los días se hacían pesados presagiando el final que se acercaba y al subir de nuevo al coche cerraba los ojos intentando que los uniformes grises, la niebla, los deberes y el frío no pudieran borrar esos recuerdos deseando conservarlos intactos hasta el próximo verano. Nada más ocupar mi lugar en la ventanilla oía “¿Mamá cuánto falta?

  • Piedra

    Que bonitos son los recuerdos del verano de cuando éramos niños…
    Ana, muchas gracias por este relato tan bonito. Enseguida me has llevado a mis vacaciones con mis hermanos y mis padres todos metidos en el 124 recorriendo España!

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